domingo, 24 de julio de 2016

OJALÁ SÓLO HAYA SIDO UN MAL SUEÑO

Es bien sabido para el fiel seguidor de la temporada ciclista que el mejor ciclismo no se ve en julio. De hecho, el Tour es más un "espectáculo deportivo" que una carrera ciclista, y a ese punto se llegó después de años de aceptación sumisa de la tiranía desvergonzada de Armstrong y su blue train de droga. Desde hace unos años, la tiranía del "equipo científico" ha vuelto a sumir al ciclismo en una era de las tinieblas que se manifiesta exteriormente como espectáculo cada vez más global, más mediático, más youtubizable, desterrando por completo de las carreteras todo lo que el aficionado auténtico espera encontrar en el ciclismo: ataques, movimientos tácticos, velocidad, ambición, etc. Lo que viene siendo lo propio de un deporte de competición. 

En la edición de este año todas esas características propias del ciclismo han brillado por su ausencia. Es más, ha habido motivos sobrados para el espanto. Así pues, una vez terminado el paseo final en París, es hora de pasar el escalpelo e iniciar la autopsia para detectar cuáles han sido los factores que han contribuido a que este Tour haya sido el peor en bastantes años. 

1. No hay batalla para formar la escapada. No es algo nuevo. Pareciera que las cartas están repartidas de antemano, y ya todo el mundo supiese su puesto en el pelotón. Este año el Tour empezaba con una etapa en línea, y apenas hubo lucha para entrar en una escapada que podía tener la recompensa de un maillot amarillo. Lejos por tanto de la interesante primera hora que pudimos ver este año en la París - Roubaix. En las etapas decisivas se ha llegado al extremo de consentir prácticamente todos los días la escapada, llegando todas ellas a meta salvo en la etapa de Saint-Gervais - Mont Blanc que venció Bardet. Precisamente el comienzo de esa etapa fue el colmo de la pasividad del pelotón, dando la impresión  de que alguien había repartido o quitado los permisos para poder atacar antes de la salida lanzada. Lo que tiene bastante relación con el siguiente punto. 

2. "La mafia del kilómetro menos 3". En el Giro de 2015  ya acostumbraba Contador de servirse de Bennati y Tosatto para merodear por la cabeza del pelotón para entrar "sin riesgos" en los últimos kilómetros, con lo cual no es algo nuevo. Sí que es nuevo que todos los equipos con ínfulas de general lo pretendan; y también es nuevo que estos equipos coaccionen y entorpezcan deliberadamente la acción de los equipos de los velocistas.
Bien es cierto que se ha pasado una primera semana sin apenas caídas - sólo la solitaria de Contador y la de Bennet y Morkov en un sprint -, pero fue lamentable la imagen de Burghardt y Bookwalter actuando de hampones con los corredores del Direct Energie. Con Cancellara siempre a punto para plantar el safety car mafioso, como ya hiciese en 2010 para interés de su equipo. Por no hablar de la pinta de esbirros o gorilas de discoteca, apartando a la oposición, de Stannard y Rowe. Además en este caso, entre risas. Permitiendo salir a quien ellos querían, o incluso empujando a aquellos indecisos. 
Durante la primera semana, los persuasivos aparatos de prensa de estos equipos anglosajones incluso hicieron circular la "gran idea" de no contabilizar los tiempos en los últimos tres kilómetros en todas las etapas llanas: es decir, convertir en norma lo que ya se vio en el pasado Giro, en Bibione y Turín, circuito mediante. En resumen, abogar por la tergiversación de la competición.


3. El resplandor cegador del sueño amarillo. A esa actitud mafiosa hay que añadir el conservadurismo generalizado de los equipos que se enfrentaban a los cyborgs de Sky. En especial, ha sido lamentable la materialización del cacareado "sueño amarillo" de Nairo Quintana, que se ha limitado a chupar rueda a Froome con descaro. Y cuando ya estaba lo suficientemente distanciado del anglokeniata, chupar rueda a Porte o aquel que pusiese en riesgo su puesto. La Sombra lo llamó acertadamente alguien en Twitter.   
Todo un equipo movilizado para un ataque decisivo que nunca llegaba, para el que siempre era "demasiado pronto", y que al final nadie ha visto por ningún lado. Luego llegó el momento de denunciar la fuerza de un viento que "ponía en riesgo la vida de los ciclistas" como excusa para ocultar la ineficacia del equipo ante un Froome que parecía reinventarse con ataques inverosímiles.
Para colmo, en el caos del Ventoux Quintana llegó a rodar un tiempo agarrado a una moto, según sus palabras para no perder el equilibrio. Lo que viene siendo un remolque en toda regla, y que merece al menos una sanción en tiempo. 
Finalmente, Quintana con todo su país a cuestas no lanzó su ataque decisivo de la última etapa. Se limitó a esperar, interiorizando a la perfección las lecciones magistrales de Unzúe, aquellas que sin Indurain no funcionan por ningún lado. Bueno, para algo sí sirven: para conseguir la clasificación por equipos.

La prueba del delito

4. Más allá de la ley del puestómetro: Adam Yates. Todo el mundo sabe que cuando un líder domina con solvencia la carrera, su equipo no necesita apenas trabajar en la última semana porque cualquier ataque de un hombre de la general es neutralizado por otro, en la típica lucha cainita del puestómetro. Es decir, a por el décimo sale el noveno, a por el noveno sale el octavo, a por el octavo el séptimo, y así sucesivamente. La ley del puestómetro. 
En este Tour se ha superado un límite. La ley del puestómetro se ha superado a sí misma. Después de perder la tercera plaza por segundos, el joven Adam Yates no sintió tentación alguna de disputar en la última etapa el puesto a Quintana, a pesar de que la última etapa terminaba en Morzine después de ascenderse el Joux Plane. A pesar de la lluvia. Ni intentarlo. Se conformó con ser cuarto, no quiso ni siquiera soñar con ser tercero, puesto que colma para muchos una carrera profesional entera. De hecho, en la última etapa, con un recorrido final que recordaba a lo mejor del Giro, nadie lo intentó: imperó la Mafia de la no-agresión. Sólo Kreuziger intimidó un poco al personal, y por ello Purito, ferviente seguidor de la ley del puestómetro, lanzó un ataque. También atacó Mollema, aunque por diferentes razones. Al menos fueron los únicos, los demás permanecieron contentos en sus puestos.

5. Los guardaespaldas del chico de oro. Mucho se ha hablado de la superioridad presupuestaria de Sky. Son ricos, por eso fichan a los mejores y controlan en exceso la carrera. Eso dicen. Ninguno de los periodistas que esgrimen esta mentira se ha parado a pensar quién era Stannard antes de fichar por Sky (un vulgar corredor del Landbouwkrediet), quién era Poels (un corredor prometedor en Vacansoleil, pero alejado del supergregario de esta edición del Tour) o incluso quién era Froome. Nos toman por imbéciles: no son los millones los que hicieron que un corredor que se quedaba en las subidas de autopista ganase el Tour en 2012, o los que convirtieron al keniata exótico de Barloworld en alguien diferente después de liberarse de su bicho bilharziano en 2011. No, no son los millones los que convierten a los guardaespaldas del chico de oro en intratables cyborgs.  Es otra cosa.

Wouter Poels, el segundo hombre más fuerte de la carrera.


6. El retorno del Cabezón de Man. Continuando con al dominio del Imperio, el Cabezón de Man ha vuelto por sus fueros. Macarra, marrullero, empleando tanto o más la cabeza que las piernas, ha vuelto el fullero por excelencia, brillante y polémico. Vuelve en año olímpico, pues piensa hacer pareja de baile con el Mod en Río, y por ello ha vuelto intratable. Pero como todo pequeño ratero ha dejado una huella de su crimen: en el campeonato británico perdió de manera humillante ante Adam Blythe, una semana antes del inicio del Tour. Nadie se explica esa brutal transformación: de estrella en declive a macho alfa de nuevo, en apenas siete días. Algo funciona mal en el ciclismo.

Al filo de la descalificación, pero con el beneplácito de los jueces. 


7. ASO, como pollo sin cabeza. Por último, toca hablar del bochorno del Ventoux, obra y gracia de Christian Prudhomme. Lo de aquel día fue un cúmulo de despropósitos en el que, como si se tratase de los delincuentes de Todos a la cárcel, cada uno aprovechó los momentos que brindó el espectáculo para perpetrar su delito. 
Todo comenzó con un viento huracanado, el viento que el día anterior había permitido a Froome tomar unos segundos al pelotón. La decisión fue categórica: el Ventoux sería capado, y se subiría tan solo al Chalet Reynard. Se eliminaron seis kilómetros, pero nadie pensó en que se acumularían en los quince precedentes todos los aficionados (entre ellos, los numerosos imbéciles) concentrados en los kilómetros eliminados. ¿Para qué vallar los dos últimos kilómetros?, pareció pensar Prudhomme, olvidando al parecer la cantidad de mentecatos que van a lucir disfraz y bandera y salir por la tele, ya que el Tour es gratis. 
Se juntó todo: ausencia de vallas, espectadores imbéciles y motos, muchas motos. De las que matan. Y se produjo de este modo el mayor estropicio de una organización en años, a lo que se sumó la carrera alocada de Froome, el agarrón disimulado de Quintana y la injusta decisión de los jueces, que no sólo benefició a Froome y Porte (que al menos se fueron al suelo), sino también a Valverde, Van Garderen y Quintana.

Porte, Mollema y Froome por los suelos. El caos del Ventoux.


Pero no todo ha sido malo, el Tour nos ha dejado también sus cosas buenas (aunque en menor número). Los habituales de las escapadas han sido más protagonistas que los líderes de la general: ahí están Pantano y sus descensos, De Gendt y sus cabalgadas, Zakarin y su victoria en Finhaut-Emosson, Dumoulin como impresionante rodador-escalador, incluso Rui Costa y Majka. También Bardet, el único que ha atacado. 
También hay que valorar el cambio de actitud de Mollema, que de defensor del puestómetro se ha convertido en un corredor digno de todo elogio al "morir matando" en el Joux Plante o al defender lo que le habían arrebatado los jueces en el Ventoux.
Y por supuesto Froome y Sagan. Si bien la Mantis se ha escudado al final en su equipo, hay que reconocer que se ha reinventado un poco en este Tour, con ataques bajando y en jornadas de viento. Pero fundamentalmente ha sido Sagan el gran protagonista de este Tour, con tres etapas, maillot verde, varios segundos puestos y participación activa en los movimientos tácticos de la etapa de Montpellier y la etapa de Morzine.

Las dos grandes figuras del Tour.


En fin, quedémonos con estos últimos detalles, los más esperanzadores, e intentemos borrar rápido de nuestra mente el suplicio que ha supuesto este "espectáculo deportivo global".